Juana de Arco
Juana de Arco, hija de Jacques d’Arc y su esposa Isabella, nació en 1412 en Francia, en el pueblo de Domrémy, que cambió su nombre a Domrémy-la-Pucelle, en honor al apodo de Juana: la Pucelle d’Orléans, que significa, la Doncella de Orleans.
Los padres de Juana eran granjeros humildes, tenientes de un pedacito de tierra en el noreste de Francia, del cual cuidaron durante la Guerra de los Cien Años, conflicto entre Francia e Inglaterra que empezó por la incertidumbre de qué familia real ocuparía el trono francés. La guerra empezó en 1337. Cuando Juana nació, Francia era un lugar anárquico y peligroso para vivir.
En su vida temprana, no salió mucho de su pueblo. Su madre le enseñó a coser y a cuidar de los animales. A sus tres años, el ejército del Rey Enrique V de Inglaterra invadió el norte de Francia y sorprendió a los franceses al haberlo conseguido con la ayuda de Borgoña, región francesa. Todo culminó con el Tratado de Troyes que, en 1420, le dio el poder a Enrique V de reinar en Francia y se lo sacó del rey Carlos VI, que había sido declarado insano. El trato pactaba que Enrique heredaría el trono cuando Carlos muriera. Sin embargo, tan solo dos años después, Carlos y Enrique murieron con un par de meses de diferencia. Los partidarios del futuro rey Carlos VII, hijo del difunto Carlos VI, vieron una oportunidad para recuperar el trono.
A los diez, Juana empezó a tener visiones del Arcángel Miguel, de Santa Margarita y de Catalina de Alejandría. Estos personajes le dijeron que iba a ser la salvadora de Francia. Las visiones le suplicaban que agendara una audiencia con el Delfín para pedirle permiso para expulsar a los ingleses de Francia y así quedar él como el verdadero rey.
En mayo de 1428, las visiones de Juana se volvieron tan fuertes que decidió actuar y buscó la audiencia con Robert de Baudricourt, un escolta armado del Delfín. Al principio, Robert se negó a verla, pero luego de presenciar el apoyo que tenía Juana de toda su comunidad, en 1429, le permitió hablar con el futuro rey. Robert de Baudricourt le proporcionó a Juana un caballo y un escolta militar para que visitara a Carlos. Ella se cortó el pelo y se puso ropa de hombre para hacer el viaje a Chinon, que tardaría once días.
Carlos no sabía qué pensar de esta joven campesina que le había dicho que sus visiones le decían que iba a ser la salvadora del pueblo. Por eso, la puso a prueba. Cuando Juana identificó al Delfín, que estaba escondido entre otros miembros de la corte, Carlos accedió a tener una reunión con ella. En el encuentro, Juana le dio detalles al Delfín de un rezo privado que él le había hecho a Dios, para pedirle que salvara a Francia. Luego de someter a Juana a un análisis hecho por un grupo prominente de teólogos, que no encontraron nada fuera de lo normal en ella, el Delfín le dio a la joven un caballo y una armadura, y dejó que lo acompañase a Orleans, ciudad sitiada por los ingleses.
El 4 de mayo de 1429, se desató una serie de batallas que duraron tres días. Juana resultó herida, pero se recuperó para regresar a la primera línea para el último ataque. El ejército francés fue exitoso y, para mediados de junio, los ingleses habían sido derrotados. El 18 de julio de 1429, el Delfín fue coronado como Carlos VII en Reims. Juana estuvo a su lado.
El año siguiente, el nuevo rey mandó a Juana a Compiègne para prevenir el asedio borgoñón, pero en batalla, la tiraron de su caballo y la capturaron. Los Borgoñeses la entregaron a los ingleses a cambio de diez mil francos. Los ingleses la entregaron a la Iglesia. Juana fue sometida a juicio por el obispo proinglés Pierre Cauchon, que la sentenció con más de setenta cargos, los cuales incluían brujería y herejía. Juana permaneció detenida en una prisión militar y fue interrogada más de una decena de veces entre el 21 de febrero y el 24 de marzo de 1431.
El 29 de mayo de ese mismo año, el tribunal, dirigido por Cauchon, la declaró culpable de herejía y fue sentenciada a muerte. Juana fue quemada en la hoguera a la mañana siguiente, en Rouen, frente a una multitud de diez mil personas. Tenía 19 años.
La Guerra de los Cien Años duró otros veintidós años más y Carlos logró mantener su corona. Casi inmediatamente, la madre de Juana pidió un nuevo juicio póstumo, el cual fue autorizado por el Papa Calixto III. Su intención era determinar si el primer juicio había sido justo. El inquisidor general de Francia, Jean Bréhal, concluyó, en 1456, que Juana era una mártir y que era Pierre Cauchon quien había sido el hereje. Juana de Arco fue declarada inocente el 7 de julio de 1456.
La beatificaron en 1909 y fue canonizada como Santa de la Iglesia católica el 16 de mayo de 1920 por el papa Benedicto XV.