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Manuel Belgrano

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació un 3 de julio de 1770 en Buenos Aires, Argentina. En aquel entonces, Argentina no existía como tal, sino que era el Virreinato del Río de la Plata.

Hijo de Domingo Belgrano Pérez, comerciante genovés, y Josefa Casero, fue el octavo de dieciséis hermanos. Lo que nunca tuvo la familia Belgrano fue problemas económicos. De hecho, era una familia muy bien posicionada en Buenos Aires, gracias a que Don Domingo era un mercante extremadamente exitoso.

Físicamente Belgrano era muy “llamativo”. Según descripciones de la época, era de estatura regular, cabello rubio y sedoso, ojos azules, tez blanca, nariz fina y contextura delicada; era elegante y aseado.

Manuel Belgrano estudió en lo que hoy es el Colegio Nacional de Buenos Aires, que en ese entonces era conocido como “Colegio San Carlos”. A sus dieciséis años, se fue a estudiar a España, en las ciudades de Salamanca y Valladolid. En 1793, con veintitrés años, se graduó como abogado. Belgrano recibió alguna que otra distinción de oro por sus buenas calificaciones, pero más importante aún, recibió la autorización, proveniente del mismísimo papa Pío VI, para leer literatura prohibida. Es decir, literatura que hablase de progreso científico, ideas revolucionarias, etc. Autores como Montesquieu, Rousseau y muchos más eran considerados herejes.

En 1794 volvió a Buenos Aires, al Virreinato del Río de la Plata, y fue designado como primer secretario del consulado. En dicho puesto se encargó de fundar varias escuelas. Impulsó mucho la educación e inauguró instituciones focalizadas en el dibujo, la náutica y las matemáticas.

En 1806 comenzó su legado militar. El 25 de junio de ese mismo año, desembarcó en Buenos Aires el ejército inglés, dando por comenzada así lo que sería conocida como “la primera invasión inglesa”. Belgrano, que nada tenía que ver con el ámbito militar, decidió unirse a las milicias criollas que tenían como fin expulsar al invasor inglés. Curiosamente, nada de todo esto le gustaba a Belgrano. Lo militar no iba con él. Lo suyo era la abogacía, la economía y la política. 

Belgrano se incorporó a movimientos independentistas. De hecho, él argumentaba que la idea de país que él tenía en cuanto a progreso y sociedad, jamás sería alcanzada si no se lograba un definitivo desligamiento de la corona española.

Para 1809 llegarían al Virreinato las noticias de que la corona española había caído y que la metrópoli carecía de orden y autoridad. Fue así que los movimientos independentistas fueron gestando lo que terminaría siendo la famosa “primera junta de 1810”. Allí, Manuel Belgrano sería uno de los nueve integrantes que iniciaron el proceso de emancipación de la corona. Cornelio Saavedra fue el presidente, Mariano Moreno y Juan José Paso, secretarios, y Manuel Alberti, Miguel de Azcuénaga, Juan José Castelli, Juan Larrea y Domingo Matéu, también fueron vocales, al igual que Belgrano.

Una vez finalizado todo este proceso e instaurada la primera junta de gobierno, a Belgrano le encomendaron el liderazgo del ejército del norte. Tuvo como primera misión viajar a Paraguay para allí unir fuerzas. De hecho, la idea era que todo el actual territorio paraguayo, sea parte de lo que hoy es Argentina.

En el camino, a orillas del río Paraná, Belgrano decidió abandonar la insignia española y un 27 de febrero de 1812, se izó por primera vez la bandera argentina con sus característicos colores: celeste y blanco. La inspiración para elegir esos colores es un debate histórico y polémico entre los estudiosos de la historia argentina. Hay quienes dicen que se inspiró en el manto de la Inmaculada Concepción de La Virgen, otros dicen que fueron los colores del cielo y el mar.

Cada 20 de junio se celebra el Día de la Bandera, fecha en la que se conmemora el fallecimiento de Belgrano, su creador.

Ya con bandera propia, aunque no reconocida oficialmente, Belgrano siguió su camino hacia el norte. Allí consiguió dos victorias muy importantes contra el ejército realista, en las provincias de Tucumán y Salta, en 1812 y 1813 respectivamente. Fue derrotado en otras dos, la batalla de Vilcapugio y Ayohuma. Dichas batallas hicieron que ejército del norte se replegara notablemente. Por esto, Belgrano ordenó a todos los habitantes de las provincias del norte que retrocedan con ellos. Además, obligó a toda persona a abandonar su hogar, destruir sus cosechas y traer consigo sus animales. De esta forma, cuando los realistas avanzaran y necesitaran reabastecerse, no podrían hacerlo. Esto es conocido como “el éxodo jujeño”. 

En los años 1814 y 1815 le encomendaron la tarea de viajar a Inglaterra para negociar el reconocimiento de la independencia Argentina. Así que Belgrano fue, enfermo y junto con Rivadavia, a la ciudad de Londres. Allí negociaron, sin éxito, con el gobierno inglés y con el mismísimo rey Fernando VII.

Belgrano, derrotado diplomáticamente, regresó al país y le propuso al congreso de 1816 instaurar una monarquía constitucional. Por supuesto, su idea nunca prosperó, y en julio de ese año, se declaró la independencia argentina, con un congreso constituyente como “gobierno nacional”. Once días más tarde, ese mismo directorio aprobó la bandera que Belgrano había previamente creado como insignia nacional. Dos años más tarde se le agregaría en el centro el Sol de Mayo o Sol incaico, como se le suele llamar también.

Belgrano continuó peleando en el norte un tiempo más. Ahora, en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

A mediados de 1819 regresó a Buenos Aires ya muy enfermo de una hidropesía que lo llevaría a su muerte un año más tarde.

El 20 de junio de 1820, Belgrano murió abandonado, pobre y solitario. De hecho, su lápida se tuvo que hacer con un pedazo de mármol que se encontraba en su casa. Hoy en día sus restos descansan en el Mausoleo de Manuel Belgrano en el Convento de Santo Domingo, Buenos Aires, Argentina. Así culminaría la vida de la persona a la que lo llaman “el gran prócer nacional” (incluso hay quienes lo consideran más importante en la lucha por la independencia que Jose de San Martín). Fue un personaje histórico que supo hacerse de renombre y que se destacó en un ámbito para el cual nunca se había preparado.

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