John D. Rockefeller
Para un hombre que nunca fue presidente ni un inventor que haya cambiado la humanidad, es sorprendente cómo el nombre de Rockefeller sigue haciendo eco desde el siglo diecinueve hasta el presente. Sin haber sido una figura política, Rockefeller fue uno de los empresarios más importantes y poderosos de América del siglo diecinueve y veinte. Su gran riqueza y la manera de utilizarla lo dejaron plasmado en la historia.
John Davison Rockefeller nació el 8 de julio de 1839 en Richford, Nueva York, en una gran familia. Igualmente, en ese momento, los Rockefellers no eran conocidos por ser adinerados. Se mudaron varias veces durante la niñez de John, hasta que finalmente se asentaron en Cleveland, Ohio.
John empezó sus roces con los negocios a la temprana edad de dieciséis años, cuando empezó a trabajar para un contador. Para los veinte años, ya había entrado en varias sociedades, específicamente del sector energético. Durante la mitad del siglo diecinueve, el petróleo refinado estaba al alza como fuente energética, sobrepasando al aceite de ballena, para calefaccionar e iluminar.
El queroseno era superior al aceite de ballena: era de fácil adquisición porque no requería viajes marítimos costosos o la caza peligrosa de un mamífero difícil de encontrar. Rockefeller fundó su primera compañía de petróleo, Standard Oil, en 1870. Después de retirarse como director de la compañía en 1897, permaneció el mayor accionista.
A través de su nuevo imperio petrolero, que satisfacía la demanda creciente de queroseno y gasolina de los estadounidenses, Rockefeller se convirtió en la persona más rica del país y, tal vez, del mundo. En la cima de su poder, Rockefeller controlaba el 90% del petróleo de Estados Unidos y Standard Oil tenía casi total monopolio sobre los productos de petróleo refinado. La compañía hizo grandes avances tecnológicos en la refinación e hizo vastas mejoras en la organización y la estructuración de una empresa tan compleja.
A pesar de que la electricidad y la lamparita reemplazaron al petróleo como fuente de iluminación a principios del siglo veinte, la demanda de gasolina incrementó exponencialmente porque el coche estaba al alcance del trabajador. El motor de combustión interno hizo que aquellos que controlaban el petróleo mantuvieran y expandieran sus grandes fortunas.
Debido al casi total monopolio del petróleo y a su extrema riqueza, John pudo controlar una parte significativa de la industria férrea, que necesitaba para mover el petróleo por el país. Bajo el control de Rockefeller y con mejor eficiencia, Standard Oil pudo trasladar de mejor manera el petróleo, así que pudieron suministrarlo a precios más bajos, lo que llevó a un aumento en demanda.
Como el mitológico rey Midas, todo desastre que tocaba Rockefeller se convertía en un beneficio para él. En 1911, la Corte Suprema falló en contra de Standard Oil por violar una de las nuevas leyes Sherman Antitrust. La compañía se dividió en más de 30 corporaciones. Algunas de esas nuevas compañías siguen siendo conocidas; por ejemplo, Exxon-Mobil o Chevron son unas de las corporaciones más grandes de producción y distribución de petróleo del mundo.
Mientras que la división de una compañía habría afectado negativamente a algunos, en Rockefeller tuvo un buen efecto. Incrementó sus ingresos, ya que sus acciones duplicaron y triplicaron su valor, haciéndolo el primer multimillonario de la historia de los Estados Unidos.
En la cima de su carrera, las acciones de Rockefeller equivalían a un 2% de la economía del país. Ajustado a la inflación, su fortuna da un total aproximado de cuatrocientos dieciocho mil millones de dólares. A su muerte, su fortuna personal rondaba los noventa y dos mil millones de dólares.
Sin embargo, no solo fue su fortuna lo que lo hizo un ícono americano y una figura histórica, sino que lo que hizo con el dinero es lo más recordado. Se convirtió así en un altruista moderno. Usó su vasta fortuna para crear más métodos científicos y sistemáticos para la filantropía. Su objetivo era crear fundaciones que trabajaran con temas específicos asociados a la educación, a la ciencia y a la medicina. Por ejemplo, sus fundaciones médicas llegaron al fin casi total de la fiebre amarilla y de los anquilostomas en Estados Unidos. La vida privada de Rockefeller no era menos honrada que su vida pública: su asesora más cercana durante toda su carrera fue su esposa, Laura Rockefeller. Tuvo cinco hijos con Laura y fue miembro de la iglesia Baptista toda su vida. No tomaba alcohol ni fumaba y, a veces, hacía de profesor de la escuela de los domingos, de conserje, y de fideicomisario y empleado de la iglesia. John D. Rockefeller murió el 23 de mayo de 1937 a los 97 años, pero sus compañías siguieron empleando a cientos de miles de personas. Sus fundaciones salvaron las vidas de millones, educaron a millones más y siguen siendo un ejemplo de lo que la filantropía moderna puede y debe ser.